Cuando pase un tiempo prudencial, cuando este caos generado por el virus del COVID-19 haya pasado. Cuando las heridas del tejido social estén bien curadas y las sanitarias sean cicatrices que nos ayuden a no olvidar, en ese momento deberemos de explicar a nuestros niños que en el año 2020 nos vimos obligados a tomarlos como prisioneros.
Rehenes en el hogar
Días y meses en los que convertimos los hogares en prisiones con la única finalidad de protegerlos, pero privando a esos niños de lo que en esa edad se considera libertad: la calle, el colegio, los amigos, el parque, las carreras como pollo sin cabeza…
Si éste periodo de confinamiento para un adulto es duro, imagino que para un niño sea algo indescriptible por el mero hecho de no llegar a comprender el porque su mundo ha cambiado de repente.
Y se lo tendremos que explicar, pero también tendremos que explicarles que aquellos que en ese momento gestionaban y dirigían una crisis sin igual en este país, cuando llegó el instante de ofrecerles sus primeras horas de libertad condicionada, esas que son las más importantes en el proceso de la libertad verdadera que en algún momento ha de llegar, entonces su primer pensamiento fue dejarlos en el más grande de los desamparos con una medida tan ilógica como la de acercarles a los lugares que sin duda eran peligrosos para ellos: tiendas, farmacias y supermercados…
¿Qué pensaran de nosotros los que hoy son niños cuando tengamos el valor de contarles esta parte de la historia?.
Con toda seguridad dirán que «el pollo sin cabeza» eran aquellos que dirigían y gestionaban.
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